jueves, 25 de agosto de 2016

Escribo porque no hay otro modo de escribir. Pensé muchos argumentos para cuentos pero esto es escribir. Vila Matas dice que escribir es hacerse pasar por otros, que no hace falta tener segundas vidas: basta escribirlas. Mi segunda vida sería una vida con compañera. Y con amigos que hablen hasta el alba, acalorados, de Borges y la importancia de la metáfora, de los aciertos de Kant al formular un imperativo tan categórico, de la homosexualidad de Cheever. A ver, pruebo.
-Creo que Cheever no leyó a Borges-dijo Matías, mientras apuraba su café.
-Lo más triste es que no se haya acostado con él- dije.

La verdad: me creía más brillante en mi segunda vida. A ver una tercera.
-Sos suave. Tu verga tiene un modo tierno de curvarse- le dije. -Cuando me acabás siento que la leche me pega en la muela. Es algo tibio. Es el amor. ¿Vos amás como tu leche?
-La leche me brota. Es fisiológico. El amor no.
-¿Qué, no se te para el corazón cuando amás?- Le pregunté, antes de soltar su espalda, destaparme y caminar por un vaso de agua.
-Si se me para, me muero. O se agranda y se me sale por la garganta- dijo entre risas.
-El corazón por la garganta. Algo húmedo y tibio cerca de la muela. Se parece a chupártela.
-Traeme agua a mí también.
-Dale.

Interesante. Cuarta.
-Movete- dijo el árbol.
-No puedo-dije-, soy una piedra.

Pienso en los avatares de esa piedra. Un día la levanta un niño, la mira con asombro, deslumbrado. Después la deja en el patio, la toma su hermano y la vuelve proyectil de su gomera. Causa la caída de una paloma sobre el baldío. Después de volar, es otra vez la piedra. Quieta, como toda piedra que se digne de tal.