domingo, 23 de abril de 2017



LOS SUEÑOS DE NEUMAN

¿Y si los sueños de las personas que se quieren estuvieran unidos mientras duermen por unos hilos muy finos?


Hace poco una amiga dijo que viene soñando conmigo muy seguido. Que todo es muy natural y solemos estar complotados. Le pregunté cómo iba yo vestido en sus sueños, y si en el lugar aparecían flores, y qué flores. No se fijó. Le dije que sea más atenta si va a volver a soñarme. Yo rara vez recuerdo mis sueños. Puede pasar cuando duermo siesta. La que hizo esa pregunta de si los sueños de quienes se quieren van unidos es Sophie, personaje de la novela “El viajero del siglo” de Andrés Neuman. Ella hace sus mejores preguntas y afirmaciones (y da sus mejores besos, su mejor pierna) cuando está con Hans, su amante. Porque con Rudi, su prometido, o con sus amigas que tratan de parecer ricas-se queja- hablan de muchachos guapos o de vestidos, o de muchachos guapos. Pienso que sería más divertido que hablen de muchachos guapos desvestidos. Pero es indecoroso en damas del siglo diecinueve. Conozco algunas mujeres de hoy que también eluden palabras y pensamientos que vayan más allá del supermercado o, sobre todo, que traspasen la puerta de una habitación con cama. Mi tesis es que hubo un desfasaje espacio temporal, y que ellas aparecieron de un momento a otro en el siglo veintiuno, pero nacieron y aprendieron el lenguaje y el pensamiento en el diecinueve y, para no sobrecargarse intelectualmente, hicieron como que no pasó nada y se quedaron acá en nuestro siglo. La novela de Neuman que voy leyendo da lugar a los sueños en varias escenas. Sophie hace la pregunta de más arriba, por ejemplo, en la cueva del viejo organillero en un momento en que el viejo, como acostumbra, pone a sus amigos (y a Sophie y su criada Elsa, en esta ocasión) en ronda para que cuenten lo que soñaron la noche anterior. Como Hans y Sophie se juntan, a ocultas, a traducir poemas y a morderse y penetrarse, cada tanto vemos que Neuman cita poemas de grandes poetas y pone a sus personajes (que son alemanes) a traducirlos. Otro personaje se llama Álvaro y es español. A la salida de una juntada musical, literaria y de debate cultural en casa de Sophie, el español, asomado a la calle, recita a Calderón de la Barca: ¡Todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende! ¿Qué es la vida? ¡Un frenesí! ¿Qué es la vida? ¡Una ilusión! ¡Una sombra, una ficción!. Soñamos lo que somos, parece. Pero no entendemos nuestros sueños. Yo ni siquiera los recuerdo. De todos modos, mientras estoy despierto, me entrego al frenesí de una ficción, a un orden narrativo con el que explico mi vida. Sobre todo a mí mismo. Le doy una forma. Me cuento mi vida y le impongo una coherencia que es puramente gramatical pero que algunos osan creerla moral o ética, o que carece de ambas virtudes. El viejo organillero aquella vez en la cueva contó el primer sueño: Anoche, dijo, soñé con unos tipos que tomaban sopa en una posada. La mesa estaba oscura y sólo se veían tres o cuatro caras rojas. De pronto uno de los tipos lanza al aire una cucharada de sopa, y la sopa vuela fuera del sueño y vuelve a caer entera en la cuchara como si fuera un dado. Entonces el hombre se la toma, y dice: Seis. Y así con cada cucharada. Eso, conjeturó Álvaro, es que usted estaba pidiendo suerte. No digas tonterías, replicó Reichardt, ¡eso es que tenía hambre!. Yo pienso que hay que ser muy habilidoso para tirar la sopa al aire y que vuelva a caer en tu cuchara, y encima decir un número con la boca tan llena.


sábado, 22 de abril de 2017



COSITAS

COSA UNO. Me habían invitado a leer o contar algo, esta mañana, en conmemoración de la Tierra y de proteger el monte autóctono de mi ciudad. Antes de salir, Facebook me recuerda una publicación de hace, exacto, un año: un texto en el que cuento que iba cruzando la vereda y un niño de guardapolvo, a la salida de la escuela, llegó corriendo a un árbol y, tocándolo, y en escape de sus compañeros, decía “todos los árboles son casas”.

COSA DOS. Entre las cosas que hoy llevé para leer había poemas de Gelman, Iris Rivera y Mariela Laudecina. Algo de Conti. Mío llevé uno solo, y casi para no leerlo. De lo que leí, la gente se entusiasmó más con el poema mío. Claro, es un poema con árboles. Uno que dice que, mientras haya árboles, uno no puede olvidar ciertas mujeres. Extraño vínculo árbol/memoria/gentequeunoamó.


COSA UNODÓS. Facebook es un nuevo modo de la memoria (¿alguien llegará a tomar decisiones que no hubiera tomado de no haber visto ese recuerdo de Facebook? De ser así ¿esta cosa virtual nos estaría proponiendo nuevas líneas de sucesos a vivir?). Otros aplauden más mis palabras que yo mismo ¿es una señal de qué: hablar más para otros, desoír los aplausos y hablar sólo lo que a mí me gusta de mis palabras, esperar a que Facebook me recuerde esto el año que viene y liberarme así de esforzarme en fabricar una memoria que considere valiosa?




jueves, 13 de abril de 2017



CORREGIR A PROUST 

Manuel Puig: “Yo no soy de los que empezaron desde siempre, no, no. Empecé a escribir novela a los 29 años. A partir de entonces, yo, y a fuerza de leer mis manuscritos y revisarlos, leo todo como si fuera un manuscrito mío: yo leo, leo Proust con un lápiz en la mano y lo corrijo, digo: esto está muy largo. Entonces yo no gozo más con la lectura de ficción. Perdí ese placer. Es el precio de haber querido escribir”.

Piglia dice otra cosa. Opina que cuando aparece un escritor nace un nuevo lector: uno que lee para aprender a escribir. Pero no hay en Piglia esta nostalgia, este malestar de Puig por ser un lector que, en el mismo acto de leer, ejerce también el aprendizaje de la escritura. Estoy del lado de Piglia. Creo que este nuevo lector, que lee para aprender a escribir, es más lo que gana que lo que pierde. Se vuelve un lector más complejo, más hondo, más lupa. Eso hace del esforzado placer de leer un placer aún más esforzado y hermoso. Como dice mi amiga x, salud, por el lenguaje.