LOS SUEÑOS DE NEUMAN
¿Y si los sueños de las personas que se quieren estuvieran
unidos mientras duermen por unos hilos muy finos?
Hace poco una amiga dijo que viene soñando conmigo muy
seguido. Que todo es muy natural y solemos estar complotados. Le pregunté cómo
iba yo vestido en sus sueños, y si en el lugar aparecían flores, y qué flores.
No se fijó. Le dije que sea más atenta si va a volver a soñarme. Yo rara vez
recuerdo mis sueños. Puede pasar cuando duermo siesta. La que hizo esa pregunta
de si los sueños de quienes se quieren van unidos es Sophie, personaje de la
novela “El viajero del siglo” de Andrés Neuman. Ella hace sus mejores preguntas
y afirmaciones (y da sus mejores besos, su mejor pierna) cuando está con Hans,
su amante. Porque con Rudi, su prometido, o con sus amigas que tratan de
parecer ricas-se queja- hablan de muchachos guapos o de vestidos, o de
muchachos guapos. Pienso que sería más divertido que hablen de muchachos guapos
desvestidos. Pero es indecoroso en damas del siglo diecinueve. Conozco algunas
mujeres de hoy que también eluden palabras y pensamientos que vayan más allá
del supermercado o, sobre todo, que traspasen la puerta de una habitación con
cama. Mi tesis es que hubo un desfasaje espacio temporal, y que ellas
aparecieron de un momento a otro en el siglo veintiuno, pero nacieron y
aprendieron el lenguaje y el pensamiento en el diecinueve y, para no
sobrecargarse intelectualmente, hicieron como que no pasó nada y se quedaron
acá en nuestro siglo. La novela de Neuman que voy leyendo da lugar a los sueños
en varias escenas. Sophie hace la pregunta de más arriba, por ejemplo, en la
cueva del viejo organillero en un momento en que el viejo, como acostumbra,
pone a sus amigos (y a Sophie y su criada Elsa, en esta ocasión) en ronda para
que cuenten lo que soñaron la noche anterior. Como Hans y Sophie se juntan, a
ocultas, a traducir poemas y a morderse y penetrarse, cada tanto vemos que
Neuman cita poemas de grandes poetas y pone a sus personajes (que son alemanes)
a traducirlos. Otro personaje se llama Álvaro y es español. A la salida de una
juntada musical, literaria y de debate cultural en casa de Sophie, el español,
asomado a la calle, recita a Calderón de la Barca: ¡Todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende! ¿Qué es la vida? ¡Un frenesí! ¿Qué es la vida? ¡Una
ilusión! ¡Una sombra, una ficción!. Soñamos lo que somos, parece. Pero no
entendemos nuestros sueños. Yo ni siquiera los recuerdo. De todos modos,
mientras estoy despierto, me entrego al frenesí de una ficción, a un orden
narrativo con el que explico mi vida. Sobre todo a mí mismo. Le doy una forma.
Me cuento mi vida y le impongo una coherencia que es puramente gramatical pero
que algunos osan creerla moral o ética, o que carece de ambas virtudes. El
viejo organillero aquella vez en la cueva contó el primer sueño: Anoche, dijo,
soñé con unos tipos que tomaban sopa en una posada. La mesa estaba oscura y
sólo se veían tres o cuatro caras rojas. De pronto uno de los tipos lanza al
aire una cucharada de sopa, y la sopa vuela fuera del sueño y vuelve a caer
entera en la cuchara como si fuera un dado. Entonces el hombre se la toma, y
dice: Seis. Y así con cada cucharada. Eso, conjeturó Álvaro, es que usted
estaba pidiendo suerte. No digas tonterías, replicó Reichardt, ¡eso es que
tenía hambre!. Yo pienso que hay que ser muy habilidoso para tirar la sopa al
aire y que vuelva a caer en tu cuchara, y encima decir un número con la boca
tan llena.