miércoles, 14 de diciembre de 2016

Son las dos de la mañana. Hago fuerza para no escribir/vivir un amor que repita mi compulsión a ir por amores que no van a ser. Pero no sé escribir distinto. Yo he gozado del desencuentro y aprendí a escribirlo. Ahora la lengua me pide un sentido que no sé vivir. Yo tiendo a llorar, a pensar que ella no me elige y dolerme. Me sacás eso y no tengo qué escribir. Hay una ausencia de lenguaje, un tartamudeo, una empezadura de pronunciación que me vuelve chiquito, extranjero, deslenguado, fundador, un lingüista o traductor. Un chamán, un curandero de la fe en frases que no entiende. Hoy una bibliotecaria me dijo que se sacó los nervios de un pie. Fuiste al médico, dije. Me hice curar con mi tía, dijo. Es curandera, le digo. Sí, me dice, me curó (y hacía señal con la mano de hablar por teléfono). Te curó por teléfono, le digo. Sí. Y dónde vive. En Villa nueva, dice. Ah, te dijo unas palabras por teléfono y te curó. Me hizo con la cabeza que sí pero los ojos se le cambiaron un poquito. Dijo que si no se le pasa, va al médico. Si no se me pasa querer a esta mujer así con las palabras que voy diciendo, con este murmullo vernáculo, voy al médico o al diccionario. Me fijo cómo le llaman los otros. Pero no. Si soy el inventor compulsivo. Aún lo que repito lleva un rasgo naciente. Ella, a las dos de la mañana, no me habla mientras la escribo. Y si no la escribiera igual no me hablaría. Además no quiero que me hable, quiero que venga. Pero estoy otra vez/y quiero estar otra voz/ hablando la vieja lengua. Voy a inaugurar. Voy a partir de mi lengua para partir mi lengua. No me callo. Maúllo como un árbol, saco salmos de las ramas, hago ruidos de servilleta. Jacarandaes, hermanos, qué palabra me traen a mí, que me abro de ramas para ser casa de pájaros. Ellos traen del aire alguna palabra de lejos, de más atrás en el tiempo. El futuro está atrás, me dijo un amigo, porque no lo vemos. Llega por la espalda.

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