EL SILENCIO ES ALUD
Piglia
entrevistado por Alan Pauls: “porque yo
me he dado cuenta de algo, digamos, escribiendo esos textos ¿no? porque yo
durante una época pensé que la locura tenía que ver con el silencio, y ahora me
doy cuenta que la locura es decirlo todo. Eso es lo imposible, lo insoportable,
lo, lo que pone la relación con el lenguaje en un punto muy extraño ¿no? el
loco es el que dice lo que los demás no dicen, lo que no se atreven a decir, lo
que no pueden decir por convención, etcétera ¿no?”
Martín
Kohan (que fue alumno y es lector de Piglia, y que cada vez que tenía clase con
él quedaba con tal excitación intelectual que no podía dormir) escribió un
libro hermoso buscando la educación sentimental, el modo del amor que nos
proponen los boleros y los tangos, educación de la que todos aprendemos aunque
no nos demos cuenta (y es el modo más eficaz del aprendizaje, qué va). Se llama
“Ojos brujos. Fábulas de amor en la
cultura de masas” y piensa en los sujetos que han sido abandonados por la
mujer amada, y que le siguen hablando en esas canciones, aunque ella se haya
ido, o mandan al viento o a Dios para que le den el mensaje (“mujer, si puedes tú con Dios hablar”),
pero le hablan. “Lo que cuenta entonces
es hablar (en el mismo sentido en que Barthes, analizando las figuras del
discurso amoroso, sostenía que lo que el enamorado no tolera es la falta de
respuesta de la amada, porque soporta verse rechazado como sujeto amante, pero
no soporta verse rechazado como sujeto hablante)”.
Me
descubro pensando que la locura puede tener que ver con el silencio: a veces el
silencio de quien habla y en un momento renuncia a la palabra, y a veces el
silencio del otro, que es quien escucha y decide no responder. Pero la locura,
en este último caso, toma a quien se queda hablando, y no al que calla y no
responde. Si yo le hablo a un otro que no me responde, mientras más le hable
más fuera de lo que pasa voy a estar. Más alejado de la posibilidad de un
vínculo con ese otro. Podría, dado el caso, dirigir mi palabra a otro otro, y
ya no a quien no me responde.
Si
yo dejara de hablar y de escribir es probable que sienta que no me falta nada.
Si un día me ven así, recuérdenme que es nuestra falta, nuestra finitud,
nuestra conciencia de que vamos a morir lo que nos mueve, lo que nos hace
andar. Díganme que hable y recítenme a Atahualpa: “Le tengo rabia al silencio/ por lo mucho que perdí, / que no se quede
callado/ quien quiera vivir feliz”. Y, si no es mucho pedir, denme un
abrazo.