Leo
en La Nación un texto de Gabriel Caldirola
sobre el libro El fantasma de un nombre:
Monteleone desarrolla la idea de que toda
escritura es, finalmente, testamentaria, y que escribir es ocupar el lugar de
un muerto, asumir el fantasma de un nombre. Es un libro de Jorge Monteleone
sobre poesía. La frase anterior habla, entre otras cosas, de la escritura de
Gelman sobre el hijo desaparecido en la dictadura: la desaparición de su
hijo lo llevará a crear una suerte de lengua propia para nombrar una ausencia
innombrable. Me
acordé de un poema que Gelman puso en Hoy
y se llama XXXII:
¿La naturaleza expulsa cualquier remedio de
tu pérdida? ¿Aplazo el acto de enterrarte, aunque llevé lo que de vos quedaba
junto al descanso de mis padres? Tu sombra cuida mensajes sin reloj. La memoria
tiene pastos que siempre te comés y pañales que no sé cambiar. El eslabón más
duro te une al que te visita y está cruz y fijado.
Si
algo está, ¿para qué lo escribiríamos? Escribir es la ausencia. Pero también
pregunto si algo puede estar fuera del lenguaje. Eso pone a la escritura, en
parte, como la hacedora de lo que está, y en el mismo movimiento evidencia la
ausencia de eso que hace aparecer porque no está. Pero lo que aparece no es
quizá lo que no estaba, sino su ausencia.
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