Hoy
leí dos fragmentos en los que se habla de lo que alguien considerado poeta
produce en el otro. Claro que el asunto habla de la inventísima imaginería en
la mente de cada quien para suponerle cosas al otro. Pero eso no le quita
placer al hallazgo, en un par de horas, de los dos fragmentos:
“Otra costumbre de la tribu son los poetas. A
un hombre se le ocurre ordenar seis o siete palabras, por lo general
enigmáticas. No puede contenerse y las dice a gritos, de pie, en el centro de
un círculo que forman, tendidos en la tierra, los hechiceros y la plebe. Si el
poema no excita, no pasa nada; si las palabras del poeta los sobrecogen, todos
se apartan de él, en silencio, bajo el mandato de un horror sagrado (under a
holy dread). Sienten que lo ha tocado el espíritu; nadie hablará con él ni lo
mirará, ni siquiera su madre. Ya no es un hombre sino un dios y cualquiera
puede matarlo. El poeta, si puede, busca refugio en los arenales del Norte”.
(Jorge L. Borges, en “El informe de Brodie”).
El
otro pertenece a Sarmiento, está en “Facundo”, y habla del poeta Echeverría y los
gauchos:
“El joven Echeverría residió algunos meses en
la campaña, en 1840, y la fama de sus versos sobre la pampa le había precedido
ya: los gauchos lo rodeaban con respeto y afición, y cuando un recién venido
mostraba señales de desdén hacia el cajetilla, alguno le insinuaba al oído: ´Es poeta´, y toda prevención hostil
cesaba al oír este título privilegiado”.
No
buscaba esto. Lo encontré.
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