jueves, 9 de febrero de 2017


Hoy leí dos fragmentos en los que se habla de lo que alguien considerado poeta produce en el otro. Claro que el asunto habla de la inventísima imaginería en la mente de cada quien para suponerle cosas al otro. Pero eso no le quita placer al hallazgo, en un par de horas, de los dos fragmentos:

Otra costumbre de la tribu son los poetas. A un hombre se le ocurre ordenar seis o siete palabras, por lo general enigmáticas. No puede contenerse y las dice a gritos, de pie, en el centro de un círculo que forman, tendidos en la tierra, los hechiceros y la plebe. Si el poema no excita, no pasa nada; si las palabras del poeta los sobrecogen, todos se apartan de él, en silencio, bajo el mandato de un horror sagrado (under a holy dread). Sienten que lo ha tocado el espíritu; nadie hablará con él ni lo mirará, ni siquiera su madre. Ya no es un hombre sino un dios y cualquiera puede matarlo. El poeta, si puede, busca refugio en los arenales del Norte”. (Jorge L. Borges, en “El informe de Brodie”).

El otro pertenece a Sarmiento, está en “Facundo”, y habla del poeta Echeverría y los gauchos:

El joven Echeverría residió algunos meses en la campaña, en 1840, y la fama de sus versos sobre la pampa le había precedido ya: los gauchos lo rodeaban con respeto y afición, y cuando un recién venido mostraba señales de desdén hacia el cajetilla, alguno le insinuaba al oído: ´Es poeta´, y toda prevención hostil cesaba al oír este título privilegiado”.


No buscaba esto. Lo encontré. 



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