JUGANDO AL BINOMIO FANTÁSTICO
En su libro Gramática
de la fantasía, Gianni Rodari dice que el Binomio Fantástico se juega
escribiendo una historia a partir de dos palabras que no estén emparentadas
entre sí en la vida cotidiana, uniéndolas en un mismo texto, buscando que ese
texto resulte con chispas de fantasía. Lo cito: “es necesario que haya una cierta distancia entre las dos palabras, que
una sea lo suficientemente diferente de la otra, y que su aproximación resulte
prudentemente insólita, para que la imaginación se vea obligada a ponerse en
marcha y a establecer, entre ambas, un parentesco, para construir un conjunto (fantástico)
en que puedan convivir los dos elementos extraños”. Les digo que me puse a
jugar con dos pares de binomios. Primero con “lengua/flecha” y salió esto, así,
espontáneo, endiciendo y faziendo:
Los nativos Inyú
tienen lengua puntuda. Toda vez que llega un explorador o un enemigo a sus
islas, ellos se pintan de verde con plantas del pantano y se ocultan en las
ramas de los árboles. Desde arriba, empiezan a tirar palabras a los intrusos. Algunos,
incluso, se cortan la lengua y la arrojan contra el extraño. No sin antes
pronunciar palabras como “pecho roto” u “ojo cortado”. Si la lengua da en la
parte del cuerpo que la última frase de esa lengua pronunció, el extranjero
muere en el acto, o se vuelve un chamán a favor del enemigo.
Después, apenas terminé el de arriba, probé con “dragón/pelo”:
Este dragón estaba
triste porque no le crecía el pelo. Había visto en unas publicidades regias
mujeres de cabellera vasta y brillosa. Se imaginaba, el escamoso, ir por el
viento de las montañas con el pelo volándole a los costados como alas peludas. Se
frenaría en la vertiente y donde nace el agua mojaría esos cabellos y se
demoraría en correrse el flequillo para que no le estorbe la vista ni se llene
de humo de la nariz. Atarse el pelo sería una tarea monumental y necesaria para
cumplir la misión de proteger la cueva de posibles enemigos o caballeros
andantes. Tanto esmero en el pelo, se decía, lo mantendría ocupado y, quizá, le
ayudaría a olvidar que hace años la dragona no vuelve y que tenía unas escamas
hermosas.
Me parece divertido y, en un punto, luminoso, rebelde. Porque
si hay un lugar desde donde las cosas se cambian, se logran mutar o, por qué
no, rotar el modo en que las percibimos, ese lugar es el lenguaje. Dice Ángela
Pradelli en La búsqueda del lenguaje:
“el lenguaje nos pone de pie y nos hace
andar (…). El habla es un acto que debería conmovernos cada vez que se
concreta. Tal vez la revolución más necesaria en las aulas sea la del lenguaje.
El cambio primero, el más abarcativo, el más importante será aquel que ponga al
lenguaje en el centro de nuestras escuelas secundarias, que haga de la lengua
un eje en cada una de nuestras aulas. (…) Tenemos que valorar la vacilación de
la lengua como algo sagrado, preservarla en lo insondable de la materia que
enseñamos. (…) Cuando el lenguaje circula con vida entre alumnos y profesores (…)
se construye, sobre todo, una visión del mundo. Aunque por momentos, o quizá
por eso mismo, el lenguaje se ponga imposible y nos haga balbucear a todos con
una lengua de trapo”. Una lengua de trapo quizá sea larga y se doble para
todos lados. Me gustan las lenguas de trapo. Me gusta divertirme, además de
esforzarme, cuando escribo. Me gusta jugar. “Escribo con la seriedad de un niño que juega”, dijo Borges en una
entrevista. En el capítulo sobre el binomio, Rodari apunta que “no hay que olvidar la alegría que este juego
provoca en los niños. En nuestras escuelas, hablando en general, se ríe
demasiado poco. La idea de que la educación de la mente ha de ser algo tétrico,
es una de las cosas más difíciles de combatir”. El juego es un modo hermoso
y sano de entrar a la batalla del lenguaje. El uso total de la palabra para
todos le parece, a Rodari, un buen lema, “de
bello sonido democrático. No para que todos sean artistas, sino para que nadie
sea esclavo”.