martes, 17 de enero de 2017


JUGANDO AL BINOMIO FANTÁSTICO

En su libro Gramática de la fantasía, Gianni Rodari dice que el Binomio Fantástico se juega escribiendo una historia a partir de dos palabras que no estén emparentadas entre sí en la vida cotidiana, uniéndolas en un mismo texto, buscando que ese texto resulte con chispas de fantasía. Lo cito: “es necesario que haya una cierta distancia entre las dos palabras, que una sea lo suficientemente diferente de la otra, y que su aproximación resulte prudentemente insólita, para que la imaginación se vea obligada a ponerse en marcha y a establecer, entre ambas, un parentesco, para construir un conjunto (fantástico) en que puedan convivir los dos elementos extraños”. Les digo que me puse a jugar con dos pares de binomios. Primero con “lengua/flecha” y salió esto, así, espontáneo, endiciendo y faziendo:

Los nativos Inyú tienen lengua puntuda. Toda vez que llega un explorador o un enemigo a sus islas, ellos se pintan de verde con plantas del pantano y se ocultan en las ramas de los árboles. Desde arriba, empiezan a tirar palabras a los intrusos. Algunos, incluso, se cortan la lengua y la arrojan contra el extraño. No sin antes pronunciar palabras como “pecho roto” u “ojo cortado”. Si la lengua da en la parte del cuerpo que la última frase de esa lengua pronunció, el extranjero muere en el acto, o se vuelve un chamán a favor del enemigo.

Después, apenas terminé el de arriba, probé con “dragón/pelo”:

Este dragón estaba triste porque no le crecía el pelo. Había visto en unas publicidades regias mujeres de cabellera vasta y brillosa. Se imaginaba, el escamoso, ir por el viento de las montañas con el pelo volándole a los costados como alas peludas. Se frenaría en la vertiente y donde nace el agua mojaría esos cabellos y se demoraría en correrse el flequillo para que no le estorbe la vista ni se llene de humo de la nariz. Atarse el pelo sería una tarea monumental y necesaria para cumplir la misión de proteger la cueva de posibles enemigos o caballeros andantes. Tanto esmero en el pelo, se decía, lo mantendría ocupado y, quizá, le ayudaría a olvidar que hace años la dragona no vuelve y que tenía unas escamas hermosas.


Me parece divertido y, en un punto, luminoso, rebelde. Porque si hay un lugar desde donde las cosas se cambian, se logran mutar o, por qué no, rotar el modo en que las percibimos, ese lugar es el lenguaje. Dice Ángela Pradelli en La búsqueda del lenguaje: “el lenguaje nos pone de pie y nos hace andar (…). El habla es un acto que debería conmovernos cada vez que se concreta. Tal vez la revolución más necesaria en las aulas sea la del lenguaje. El cambio primero, el más abarcativo, el más importante será aquel que ponga al lenguaje en el centro de nuestras escuelas secundarias, que haga de la lengua un eje en cada una de nuestras aulas. (…) Tenemos que valorar la vacilación de la lengua como algo sagrado, preservarla en lo insondable de la materia que enseñamos. (…) Cuando el lenguaje circula con vida entre alumnos y profesores (…) se construye, sobre todo, una visión del mundo. Aunque por momentos, o quizá por eso mismo, el lenguaje se ponga imposible y nos haga balbucear a todos con una lengua de trapo”. Una lengua de trapo quizá sea larga y se doble para todos lados. Me gustan las lenguas de trapo. Me gusta divertirme, además de esforzarme, cuando escribo. Me gusta jugar. “Escribo con la seriedad de un niño que juega”, dijo Borges en una entrevista. En el capítulo sobre el binomio, Rodari apunta que “no hay que olvidar la alegría que este juego provoca en los niños. En nuestras escuelas, hablando en general, se ríe demasiado poco. La idea de que la educación de la mente ha de ser algo tétrico, es una de las cosas más difíciles de combatir”. El juego es un modo hermoso y sano de entrar a la batalla del lenguaje. El uso total de la palabra para todos le parece, a Rodari, un buen lema, “de bello sonido democrático. No para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo”.

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